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Este artículo está en varias versiones para que lo consumas como más te guste.
(Todas dicen más o menos lo mismo)

La raza humana evolucionó y se desarrolló en un ambiente muy diferente al que conocemos hoy en día, no había tiendas, ni granjas; éramos básicamente recolectores nómadas y cazadores. En este escenario, el alimento y la energía para realizar nuestras labores era limitada, lo que hizo que a lo largo de la historia, la evolución instalara en nosotros sistemas y mecanismos para evitar el alto consumo de calorías, estas dinámicas hoy en día las llamamos “pereza”.

Aunque, hoy en día, dentro de nuestra sociedad moderna conseguir alimento no suele representar un problema, esa tendencia innata hacia la pereza sigue presente dentro de nosotros y puede ocasionar estragos en nuestras vidas. Si reconocemos su presencia y entendemos sus dinámicas podemos tomar acciones correctivas para evitar que deformen nuestros proyectos de vida y retomar el control sobre nosotros mismos.

¿Cuál es el problema?

Todos tenemos planes, aspiraciones y proyectos en nuestra vida, queremos estudiar para mejorar nuestro conocimiento y habilidades; queremos sobresalir laboralmente para mejorar nuestra situación económica y sentir que nuestra labor hace la diferencia en la empresa y en los clientes; queremos emprender un proyecto propio para ser independientes y darle un propósito importante a nuestra vida; queremos encontrar una pareja para tener estabilidad, compañía y crear una familia; queremos hacer más ejercicio para estar más saludables y vernos bien; o quizá, simplemente dedicar más tiempo a los amigos, la familia o a hacer las actividades que más nos gustan.

Pero rara vez logramos darle la talla a todas nuestras expectativas y deseos, sentimos la dificultad que plantea cada uno de nuestros proyectos y objetivos. El no hacerlos nos quema por dentro, nos sentimos frustrados, culpables e impotentes y esto suele desencadenar en una sensación general de falta de control sobre nuestras vidas.

Aunque son varios los obstáculos que pueden hacer que estas misiones sean tan difíciles de lograr, uno de ellos es la pereza. 

A todos nos es familiar la pereza, ella está siempre presente, todos la sentimos, sabemos que se siente bien y también sabemos que suele ser difícil de derrotar pero no imposible

¿De dónde viene la pereza?

Las primeras versiones de la raza humana caminaron la tierra hace unos 2’000,000 de años, y no fue sino hasta hace unos 10,000 que cambiamos drásticamente las condiciones en las que vivíamos cuando aprendimos a criar animales de granja y a cultivar.

El escenario en el que nos desenvolvemos durante los primeros 1’990,000 años era bastante diferente al actual,  éramos básicamente nómadas que sobrevivían de la caza de animales salvajes y de la recolección de frutas y vegetales que crecían naturalmente. 

(¿Quieres más profundidad? Mira “Las consecuencias de nuestro pasado”)

Las calorías, que eran y aún continúan siendo nuestra gasolina, el combustible principal para nuestro funcionamiento; se encontraban básicamente en  frutas y  grasa animal, dos recursos no abundantes. Cazar era difícil, algunos días la caza podía ser exitosa, otros, muchos otros, no; por otro lado las frutas sólo se daban por temporadas, sólo una o dos veces al año las plantas daban  fruto.

El asunto es que las calorías, o sea, la energía necesaria para operar nuestro cuerpo era un recurso escaso. Ante esta realidad, con el paso del tiempo, nuestro cuerpo desarrolló mecanismos, sistemas y comportamientos para ayudarnos a ahorrar la preciosa y escasa energía.

Los mecanismos de ahorro de energía

En vista de que la energía era un recurso en general escaso en nuestro ecosistema, la evolución, para optimizar, acomodó el funcionamiento de nuestro organismo siguiendo básicamente dos estrategias principales:

  1. Evitar toda actividad no vital que requiriera un alto consumo de calorías.

Para lograr esto nuestro cerebro interpreta como doloroso, incómodo o insatisfactorio toda actividad que implica un alto consumo de energía, mientras que las actividades de bajo consumo de energía las suele interpretar como agradable, placentera o cómoda.

  1. Cuando la tarea es repetitiva, hacer que el organismo se adapte, de forma que dicha tarea se realice de forma más óptima a nivel de consumo de energía.

Esta suele presentarse en forma de cambios físicos en el funcionamiento del organismo que hacen que las tareas repetitivas consuman la mínima cantidad de energía posible.

 

Debo aclarar que las investigaciones que he realizado al respecto no son lo suficientemente profundas para exponer con claridad todos los sistemas y mecanismos internos que la evolución instaló para que nuestro consumo de energía fuera óptimo, pero si voy a presentar algunas de las principales.

 

Optimización en consumo de energía muscular

Los músculos para contraerse y hacer su labor requieren energía y ellos están normalmente adaptados para responder óptimamente al uso cotidiano que se les da, lo que nosotros consideramos algo suave, nada fuera de lo normal. Pero, cuando se les exige un poco más, que carguen más peso, que corran más rápido o que sostengan una carga por más tiempo; el músculo consume más energía para poder responder y genera una sensación de dolor.

Ese dolor que sientes en el músculo es tu cerebro tratando de hacer que bajes tu gasto de energía, como él ve que ese comportamiento no es el usual, no es cotidiano, lo interpreta como algo no vital y por tanto, trata de incentivarte a dejar de hacerlo interpretando este evento como doloroso.

Pero cuando ese nivel de esfuerzo se mantiene. Cuando ese movimiento o comportamiento que primero ocasionó dolor se repite y se vuelve algo cotidiano durante unas 2 o 3 semanas el músculo se adapta, crece, se fortalece de forma tal que ya no requiera tanta energía como lo hizo en un comienzo.

El cuerpo ve que ese comportamiento es algo que va a seguir sucediendo, entonces se re-configura de forma tal que bajo esas nuevas condiciones el músculo consuma la menor cantidad de energía posible.

Optimización en consumo de energía neuronal

Las neuronas son las células cerebrales, en ellas es donde se forman nuestros pensamientos, nuestra imaginación y nuestros sentimientos; reciben e interpretan la información que recolectan nuestros sentidos; además, dirigen y coordinan el funcionamiento de la mayor parte de nuestros órganos.

Son esas células que todos vimos en el colegio, que tienen una parte central donde está su núcleo y alrededor tienen un montón de ¨paticas¨. Esas ¨paticas¨ se llaman dendritas y axones y son las que conectan una neurona con otra.

Para cualquier operación en nuestro cerebro, las neuronas se deben comunicar entre sí, mandando señales eléctricas a través de estas conexiones y este proceso requiere energía.

Cada pensamiento, cada comando, cada sensación, hace que ciertas neuronas se comuniquen entre ellas; si estás imaginando lo que cenarás, hay un grupo de neuronas que se están comunicando para generar este pensamiento; si estás trotando, otro grupo de neuronas se están comunicando para llevar a cabo esta acción; si te sientes melancólico, es porque hay otro conjunto de neuronas comunicándose para generar este sentimiento.

Pero las conexiones entre las neuronas no son todas iguales, hay unas más “gruesas” o eficientes y otras más “delgadas” o ineficientes. Y la energía que requieren dos neuronas para comunicarse es mayor entre más “delgada” o ineficiente sea la conexión.

Hay procesos mentales que consumen más energía que otros, por eso es que hay ciertas ideas, acciones, pensamientos, que nos resultan más fáciles de hacer que otras. Mientras algunos fluyen de forma casi automática y sin esfuerzo, otros nos son extremadamente difíciles incluso cuando estamos conscientemente tratando de realizar dicha actividad.

Como nuestro cuerpo está diseñado para optimizar el consumo de calorías, entonces, los procesos mentales que consumen más energía se sienten agotadores y sentimos una inclinación natural a rechazarlos. Pero, de una forma similar al proceso de fortalecimiento de los músculos, los procesos mentales también se adaptan. Si dos neuronas que no suelen comunicarse con frecuencia y que tienen una conexión “delgada” e ineficiente, que requiere mucha energía para transmitir las señales entre ellas, se empiezan a comunicar con frecuencia por un periodo prolongado; entonces, la conexión entre ellas se irá fortaleciendo, irá “engrosando” físicamente y la comunicación entre ellas va a ser cada vez más óptima, va a requerir menos energía y como consecuencia, vamos a sentir menos rechazo a los procesos mentales que requieren que esas dos neuronas interactúen.

Entonces, si yo no estoy acostumbrado a madrugar, a hacer ejercicio, a hablar en público o a conversaciones sobre temas delicados y quiero empezar a hacerlo; las primeras veces que lo haga se va a sentir muy mal, se va a sentir difícil, incómodo y vamos a sentir el impulso de dejar de hacer esto que no nos es familiar, vamos a querer volver a comportarnos de la forma habitual. Esto es el cuerpo diciendo que ese nuevo comportamiento demanda mucha energía y tratando de hacernos dejar de “desperdiciarla”, incentivándonos a abandonar la actividad en cuestión.

Pero si continúo haciéndolo aunque al inicio se haya sentido mal, las neuronas involucradas en esa actividad o pensamiento van a  empezar a fortalecer sus conexiones y la comunicación entre ellas va a ser cada vez más óptima, el consumo de energía será menor  y esa sensación de rechazo va a ir desapareciendo cada vez más. 

Este es el principio detrás de cómo se forman los hábitos y de por qué, el tener experiencia previa hace que las tareas sean más fáciles o fluyan más; las neuronas involucradas en el proceso tienen una conexión físicamente más fuerte y requieren menos energía para hacer su labor.

El choque con el presente

Estos sistemas, esta inclinación hacia el ahorro de energía fue diseñado para sobrevivir en un ecosistema donde el alimento era escaso, pero en el presente este ya no es el caso, hoy no tenemos que migrar para buscar alimento, no tenemos que cazarlo ni siquiera cultivarlo; basta con ir a la tienda para conseguir todo tipo de alimentos, abrir la llave para tener agua, encender el fogón para cocinar nuestra comida o podemos simplemente sacar nuestro celular y pedir un domicilio desde el mismo sofá donde estamos sentados.

El alimento es abundante para la gran mayoría de la población, tenemos toda la energía a disposición para realizar cualquier tipo de acción, tenemos acceso a tantas calorías que el exceso en su consumo se ha convertido en un problema grave a nivel mundial. 

Sin embargo, los mecanismos de ahorro de energía siguen ahí, todavía sentimos dolor al realizar una actividad física fuerte a la que no estamos acostumbrados y aún sentimos rechazo a cambiar nuestras ideas, hábitos, pensamientos y comportamiento.

La realidad es que el mundo en el que vivimos hoy nos ofrece una abundancia energética que nuestros ancestros no tenían y esto abre puertas nuevas para nosotros, podemos llegar más lejos, hacer más cosas y desarrollar más nuestro ser. Pero, para poder aprovechar las oportunidades que el presente nos ofrece, debemos no dejarnos derrotar ni guiar por este impulso ancestral a evitar todo lo que implique quemar energía.

Conclusiones

Aunque vivimos en una sociedad moderna, nuestro cuerpo, mente y genes son los mismos de hace milenios y ellos estaban diseñados para sobrevivir en un ambiente menos abundante. Parte de este diseño es nuestra inclinación a ahorrar energía.

Entendamos que somos perezosos por naturaleza, somos perezosos para actos físicos y somos perezosos para actos mentales. En el pasado, esta característica ayudó a nuestros ancestros a prosperar, pero en el presente nos está perjudicando.

Hoy en día tenemos nuevas oportunidades, podemos aspirar a mucho más, lograr mucho más, crear mucho más, crecer mucho más, pero debemos vencer esa pereza inicial que inevitablemente vamos a sentir cada que empezamos a hacer algo nuevo.

La buena noticia es que podemos explotar estos sistemas para nuestro beneficio y hacer uso de la adaptabilidad de nuestro cuerpo y nuestra mente. 

Si queremos mejorar nuestra capacidad física, podemos exigirnos sabiendo que al principio va a doler; pero, con la confianza de que si lo hacemos por el tiempo suficiente, nuestro cuerpo se va a adaptar hasta que podamos soportarlo sin dificultad.

Si queremos adquirir un hábito, aprender algo nuevo o dejar un mal comportamiento, podemos forzarnos, sabiendo que al principio va a ser difícil y mentalmente doloroso; pero, si lo hacemos por el suficiente tiempo podemos estar seguros que vamos a ir acostumbrándonos y esa sensación de dificultad va a ir desapareciendo.

Entender estas dinámicas naturales de nuestra biología y nuestra mente nos puede ayudar a ganar más control sobre nuestra vida y a vencer la pereza que a veces nos bloquea.

TL;DR (Too Long; Didn’t Read)

La pereza es algo con lo que todos debemos lidiar y en ocasiones se convierte en un verdadero obstáculo que es capaz de desviar y deformar nuestros proyectos y nuestro plan de vida; ella está siempre presente porque en la historia evolutiva del hombre, los alimentos y específicamente los carbohidratos solían ser recursos limitados y como consecuencia desarrollamos mecanismos y sensaciones orientadas a motivarnos a ahorrar energía, o sea, tratar de quemar sólo la energía necesaria para las actividades vitales.

Tenemos sistemas que hacen que se sientan mal o incómodos los esfuerzos físicos y mentales (empezar a hacer ejercicio, cambiar un hábito, aprender algo nuevo, etc) que no hacen parte de la rutina. Pero también tenemos sistemas que hacen que estos esfuerzos nuevos, cuando se hacen con frecuencia por un tiempo prolongado, se vuelvan parte de nuestros hábitos y la cantidad de energía que ellos demandan, literalmente disminuya.

Entender que la pereza es algo natural y que repetir esa actividad que nos da pereza hará que cada vez sea más fácil hacerlo nos puede ayudar a dominarla y retomar el control de nuestra vida.

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