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No a todo el mundo es bueno leyendo… (Yo, por ejemplo)

Así que este artículo está en varias versiones para que lo consumas como más te guste.
(Todas dicen más o menos lo mismo)

Yo no nací en Antioquia pero crecí en Medellín y sus alrededores; todo el bachillerato, la universidad y una gran parte de mi vida profesional se ha desarrollado en esta bella capital antioqueña. Es común escuchar buenos comentarios de Medellín; que es la ciudad de la eterna primavera, que sus mujeres son las mas hermosas y que sus habitantes son los seres más amables, amigables y alegres que te puedes cruzar, además de ser verracos y “echados pa lante”. 

Aunque estoy totalmente de acuerdo con todo lo bello que se dice mi ciudad y honestamente pienso que es uno de los mejores lugares para vivir en todo el mundo, no todo es color de rosa y vivir allí tiene sus complicaciones. A continuación, quiero compartir un par de anécdotas amargas que me tocaron, que aunque fueron difíciles y de alguna forma traumáticas, me regalaron grandes lecciones y me equiparon para enfrentar mejor los contratiempos que la vida presenta.

Caminando por ahí 

El centro de Medellín es un área importante y particular de la ciudad; es una zona histórica pero a su vez muy comercial y concurrida.

Cuando estaba en la Universidad, mi padre tenía un apartamento en esta zona de la ciudad; yo no vivía allí pero la visitaba con frecuencia, disfrutaba el caminarla, me gustaba entrar a ciertos almacenes donde vendían cosas particulares y difíciles de encontrar. Me encantaban los jugos y los helados que eran casi regalados. Me caminaba los san alejos (bazares que se hacen una vez al mes) y además, me parecía de lo más práctico y conveniente que en esta zona se encontrarán los mejores precios, tanto en restaurantes como en papelerías y almacenes varios; como yo era estudiante en la época, sobra decir que mi presupuesto era bastante pero ¡bastante! limitado.

Sin embargo, hay un problema que hemos sufrido desde hace mucho tiempo en mi ciudad, especialmente en ese sector: la inseguridad, específicamente, los robos de celulares. En varias ocasiones fui víctima de estos robos y evento tras evento se fue acumulando mi frustración y mi sentimiento de inseguridad, llegué al punto de dejar de transitar por esa zona debido al miedo que se creó en mí. Después, solo iba al centro de la ciudad cuando era sumamente necesario y trataba de salir de ahí lo más rápido posible. Mi miedo fue justificado y socialmente aceptado. De hecho, según la posición popular de los habitantes de mi ciudad, es obvio que uno no va simplemente a caminar por el centro, y es casi que culpa de uno que lo roben por ir a exponerse, o como decimos en mi país, ir a “dar papaya”.

Esta opinión que abunda entre la gente de Medellín, por un lado, me genera frustración porque de cierta forma justifica el actuar de los ladrones; pero por el otro, la entiendo y no la juzgo porque a la hora de la verdad, es una posición que refleja la realidad de esta zona de la ciudad. Es un lugar donde hay que andar con cuidado porque es probable cruzarse con algún ladrón. Sin embargo, la idea que me quedó rondando en la cabeza y que más tristeza me generó, fue el tener que decirle adiós a todos los detalles agradables que ofrecía el centro, los jugos, los helados, los almuerzos económicos, los sitios que son agradables de caminar y el andar por la zona comercial enterándome de las novedades y precios de las diferentes cosas que me llamaban la atención.

Fue en ese momento que empecé a entender que con estos robos no sólo perdí el dinero que costaron los 3 o 4 celulares que me robaron, si no que por el miedo que desarrolle, perdí también todos estos otros pequeños detalles que yo disfrutaba, perdí la capacidad de disfrutar una gran parte de mi ciudad.

Rodando por ahí

Años más tarde otro evento me sacudió. Después de terminar la universidad y haber iniciado la vida laboral; me incliné por el emprendimiento,  junto con 2 compañeros me embarqué en un proyecto donde con mucho esfuerzo logramos empezar a generar dinero, tras un largo año de trabajo fuerte y ahorro decidí hacer mi primera inversión grande (o por lo menos así se sentía en el momento) y me compre una moto para ahorrar tiempo, dinero y poder desplazarme libremente por la ciudad.

Aunque, debo confesar que al principio yo era reacio y me daba nervios la idea de andar en moto; aprendí rápidamente a manejarla, vi que si andaba con precaución no era tan peligrosa como temía, le tomé mucho cariño y se volvió mi medio de transporte predilecto.

Aproximadamente unos 6 meses después de haber comprado mi moto, sufrí otro encuentro con la realidad insegura de nuestra ciudad.

Una noche, creo que de un miércoles, aproximadamente a las 8 de la noche, regresaba de una reunión e iba pasando por una calle bastante solitaria que debo atravesar necesariamente en el camino hacia mi casa. Cuando de repente, desde atrás se acercaron dos motos, cada una llevaba 2 personas, se ubicaron muy cerca a mi, una a la izquierda y la otra a mi derecha, ambos parrilleros tomaron mi manubrio y empezaron a moverlo hasta que lograron hacerme caer.

Íbamos aproximadamente a 30 Km/h y afortunadamente al caer; aunque la moto se arrastró por unos 5 metros, yo logré que mi pie no quedara atrapado bajo el motor y me las arreglé para permanecer encima de la moto de forma que no caí sobre el pavimento, así, aunque mi zapato quedó destrozado, yo logre salir de la caída sin lesiones de consideración.

Cuando me puse de pie, ambas motos habían parado y uno de los parrilleros se dirigía hacia mí amenazando con sacar un arma, gritándome algo que no lograba escuchar porque yo tenía el casco puesto. En ese momento pasó por mi cabeza salir corriendo o incluso pelear con el asaltante; mi moto estaba nueva, ya me había enamorado de ella, estaba harto de los robos y de hecho, no habría sido la primera vez que me iba a los golpes con un ladrón.

Sin embargo, ante la latente posibilidad de que el ladrón efectivamente estuviera armado, la desventaja numérica en la que me encontraba y recordando que le había instalado una alarma a la moto que debía servir para apagarla en caso de robo, decidí simplemente cooperar y dejar que el robo siguiera su curso. Aunque yo di varios pasos atrás para dejar que el ladrón tomara la moto, él se acercó hasta mí, me cogió del casco y empezó a jalarlo como quien quiere arrancarle la cabeza a alguien; el casco estaba abrochado y como yo tenía los guantes puestos no podía soltarlo, en medio de esa escena caótica y humillante, finalmente logré quitarme un guante, desabrochar el casco y liberarme del HP ladrón que me estaba jalando la cabeza. Finalmente, el tipo levantó mi moto, la encendió y se fue junto con sus cómplices.

Para terminar la historia sin muchos más detalles y pasar al punto realmente importante, termino contando que finalmente, la moto fue recuperada por la policía gracias a la alarma y alrededor de un mes y medio después, tras sufrir toda la burocracia, lentitud y corrupción de la fiscalía, logre recuperar mi moto.

Esta experiencia fue no sólo humillante, sino también traumática para mí. Me impresionó y me asusto el desprecio que mostraron los ladrones por mi vida y mi integridad. Por mi cabeza pasaban todas las posibles formas en las que pudo haber terminado esa caída; podría haber rodado por el pavimento raspándome, mi pie pudo haber quedado atrapado bajo el motor de la moto (que es lo más común en ese tipo de caídas) y haberme fracturado la pierna o quizá simplemente haber apoyado mal y dañarme un brazo, o en el peor de los casos, podía haber perdido el control y haber ido a parar de frente contra algún poste o alguna esquina y me habría podido matar. Además, pensaba que en esta ocasión había corrido con suerte porque la alarma había vencido la experticia de los ladrones, probablemente de volver a suceder el desenlace sería distinto.

En los días siguientes al robo, al compartir mi historia con la gente cercana, me enteré que el modelo de mi moto era el más perseguido por los ladrones de Medellín, que en el barrio y en la calle donde me robaron era común este tipo de atracos. También, teniendo presente que a la hora que sucedió el robo, era la hora en la que yo normalmente salía de la oficina y que el lugar donde me robaron era una calle por donde yo debía pasar sí o sí para poder ir a mi casa, tomé la decisión de  buscar otro lugar donde vivir.

Cuadré con un amigo para que me alquilara una habitación en su casa y me mudé allí, mi padre, con quien vivía quedó solo, y yo, para poder pagar el nuevo arriendo, conseguí un trabajo extra. Pero esto no fue todo.

En mi cabeza quedaron rondando las preguntas. ¿Cómo fue exactamente que sucedió el robo?; ¿será que me veían pasar todos los días por el mismo lugar y vieron que era una víctima fácil y predecible?; ¿será que los ladrones dijeron “robemos a la siguiente moto con estas características que pase” y yo fui el desafortunado?; ¿será que vieron mi moto desde varias cuadras atrás, establecieron su objetivo y me siguieron?; y si fue así, ¿sería mi culpa por conducir muy lento y predecible?.

No había ninguna forma de que yo supiera con certeza cómo sucedió el robo desde su concepción, sin embargo, como la experiencia había sido tan traumática para mí, y yo quería a toda costa evitar que esto me sucediera de nuevo. Debía tomar medidas al respecto.

Empecé entonces todos los días a tratar de salir a diferentes horas de la oficina, a variar las rutas que tomaba, para así evitar que un posible ladrón supiera por dónde y a qué horas voy a pasar, empecé a no usar siempre las direccionales al girar y a conducir más rápido, para así ser un objetivo difícil de seguir para un potencial ladrón, e incluso, llegué a pasarme algunos semáforos en rojo cuando de pronto se me acercaba demasiado otra moto que yo sintiera sospechosa.

Alrededor de un año pasó, y al parecer, las medidas funcionaron porque no volví a ser víctima de los ladrones. Pero una noche, en una esquina cualquiera de la ciudad me disponía a girar hacia la izquierda sin direccionales, como ya era habitual para “evitar” los ladrones, cuando de la nada apareció otra moto que venía a toda velocidad, me adelanto pitando y pasó a tan solo unos centímetros de mí. Que no hubiese sufrido un accidente grave esa noche fue una de esas cosas que sólo se pueden explicar como intervención divina o MUY buena suerte. Ése fue uno de los momentos que más cerca había estado de sufrir un accidente, y lo peor de todo es que de haber ocurrido habría sido mi culpa por no usar las direccionales.

Esa noche, ese susto me puso a pensar, a confrontarme y reevaluar mi comportamiento. Sí, yo había sido víctima de un robo traumático; sí, era “entendible” y “justificable” el que yo sintiera miedo y la necesidad de evitar que se repitiera el suceso; incluso, si, mis estrategias eran potencialmente efectivas ante los diferentes casos analizados que podrían llegar a convertirse en un robo. Sin embargo, en ese momento tuve una visión y pensé.

Un día voy a estar esperando en un semáforo en rojo, por pura coincidencia dos motos con ciudadanos de bien van a parar al mismo tiempo a mis dos lados, muy cerca de mí, de pronto sus cascos tendrán visera oscura, tal vez llevaran parrilleros, quizá tendrán un rostro que yo podría confundir como sospechoso. En ese momento, voy a recordar mi robo, me llenare de miedo y decidiré cruzar el semáforo en rojo. Ese día no contaré con la suerte que tuve hoy, ese día vendrán dos personas en otra moto y tendré un accidente. Ese día moriré pero no me iré solo, dos personas más morirán conmigo. Dos personas al azar, seguramente, personas de bien, personas responsables. De pronto dos estudiantes, tal vez dos profesores, quizá dos médicos, dos hijos, hermanos o padres de alguien. Dos inocentes que se van de este mundo, no por algún pecado o descuido, sino por el simple infortunio de coincidir conmigo en ese preciso momento.

¿Pero, cuál fue mi pecado? si yo también soy una persona de bien, también estoy lleno de sueños, de buenas intenciones y siento que tengo mucho para dar. Mi pecado fue que permití, que el miedo generado por una experiencia traumática de mi pasado me definiera, me abrumara y deformara mi comportamiento.

Esta historia que vino a mi cabeza me sacudió,  me hizo evaluar mi comportamiento con cabeza fría, de forma objetiva y botando todo sentimiento de empatía o de pesar por los traumas del pasado, pude ver que efectivamente yo estaba conduciendo como una bestia, que girar sin usar las direccionales era irresponsable, que andar rápido por las calles de la ciudad es buscarse un accidente y que cruzar un semáforo en rojo es coquetear con la muerte. Definitivamente esto no podía seguir así.

Este evento se confabuló con otros cambios que vinieron a mi vida por esa misma época. Perdimos un montón de dinero en la empresa, y debido a esto, me retiré junto con otro socio y nos embarcamos en un nuevo emprendimiento. También, se me acabó el contrato en el trabajo extra que tenía y que era el que ayudaba a sostenerme. Para rematar, los planes de vida del amigo con quien vivía estaban cambiando y por ende yo debía salir de esa casa.

Fue entonces en una visita a mi papá cuando le comente un poco de todo lo que estaba pasando, de mis proyectos y los retos que tenía, él me dijo que regresara a la casa, que desde allí podría continuar con mis proyectos y de paso le hacía compañía, me comentó que los últimos años habían sido un poco solitarios para él. Esta era una muy buena opción, a la hora de la verdad la casa familiar es buena y cómoda, y al no tener que pagar arriendo iba a poder dedicarle más tiempo y energía a mi nuevo proyecto; el único problema era esa calle, la calle donde aquella noche me habían robado, esa noche que me había marcado y me había generado tanto miedo. Si regresaba, debía pasar todos los días por allí y toda la estrategia que yo había desarrollado para evitar estos robos se acababa de derrumbar.

En este punto, hice un recuento de cómo había cambiado mi vida a partir de esa noche del robo. Cambié de casa, dejé a mi papá solo y conseguí un empleo extra que me perjudicaba la concentración en mi emprendimiento. Estas medidas, aunque acarrearon grandes repercusiones, no eran las que más me perturbaban, las que realmente me molestaban era que dejé de ser un conductor responsable, dejé de salir tranquilo en las noches y me convertí en una amenaza para mi y para los demás.

En este momento volvió a mi cabeza el episodio de mis caminatas por el centro, de los robos de celulares y de cómo al final perdí la capacidad de disfrutar los placeres sencillos que allí encontraba. Definitivamente no podía tomar la misma actitud de aquella vez y dejar que simplemente el miedo coarte mi libertad, y sea él, el que dicte hacia dónde puede o no ir mi vida. Yo soy una persona con muchos sueños, aspiraciones y ambiciones. Siento que tengo mucho para darle al mundo y no puedo permitirme llegar a mi lecho de muerte y decir… yo quería hacer algo grande con mi vida pero pasó esto y aquello, por eso nunca perseguí esos sueños.

Determinado a recuperar mi capacidad de transitar por las calles de la ciudad de forma tranquila, sin importar cuál o a qué horas y a volver a conducir de forma responsable. Decidí que iba a tomar un par de medidas al respecto y que con eso tenía que ser suficiente. Recordé que el modelo de mi moto era el que más perseguían los ladrones, también, recordé haber escuchado que a los ladrones no les gustan las motos personalizadas porque así era más fácil que la policía identificara la moto. Entonces, cambié las luces traseras y delanteras que eran en mi opinión las características que más claramente delataban el modelo de la moto, le arranque todos los stickers de la marca y el modelo y decidí personalizarla; como en el momento andaba corto de dinero me compré un par de latas de aerosol, un rollo de cinta de enmascarar y con la ayuda de un amigo que siempre ha seguido todas mis locuras y tiene un buen ojo para lo gráfico, nos inventamos un diseño bien vistoso y haciendo mi mejor esfuerzo para no dañarla, pinté mi moto.

Ahora debía continuar con mi vida normal y enfrentarme de nuevo a las calles de la ciudad. Pero, ¿eran estas medidas suficientes?, ¿realmente lograrían mis modificaciones hacer que los ladrones no identificaran el modelo de mi moto? o si la identifican, ¿serán reales los rumores sobre las motos personalizadas?. Realmente y como en muchas ocasiones en la vida, no había forma de saber la respuesta a estas preguntas. Sin embargo, en ese momento lo importante no era saber si estas medidas iban o no a ser suficientes para evitar futuros robos, sólo el tiempo podía dar esa respuesta. Lo importante era que yo creyera y confiara que estas medidas sí iban a ser suficientes para evitar futuros robos. Sólo así, iba a ser capaz de recuperar mi tranquilidad al transitar, sólo así iba a ser capaz de volver a salir en las noches y sólo así iba yo a ser capaz de volver a conducir responsablemente.

Hoy, más de 7 años después de esos eventos y disfrutando todavía de mi moto, puedo afirmar con bastante seguridad que las medidas sí probaron ser suficientes para evitar la atención de los ladrones, pero más importante aún, puedo contar, que el hecho de decidir creer de forma deliberada que después de las modificaciones estaba a salvo de los robos, me permitió recuperar mi tranquilidad y mi prudencia en las calles. 

Reflexiones

Quiero terminar haciendo un par de reflexiones sobre lo que estos eventos me enseñaron.

El miedo es una reacción natural ante eventos donde nos sentimos amenazados o maltratados, pero debemos ser muy atentos y cuidadosos, pues este puede ser tóxico y dañino. El miedo tiene la capacidad de inundarnos y controlarnos, cuando esto sucede, perdemos control de nuestro futuro y de nuestro camino. 

Es triste ver como en muchas ocasiones cuando algo malo nos sucede, como un robo, el miedo llega después y genera sus propias consecuencias que en muchos casos generan pérdidas mucho mayores a la pérdida inicial. – Llevas caminando por las calles 5 años y de repente te roban un celular de $600,000, entonces por miedo a que vuelva a suceder ya sólo sales de la casa en taxi, ahora gastas $600,000 mensualmente sólo en transporte. Eres independiente y das con un mal cliente que no te paga y te hace perder $1’000,000, entonces para que no vuelva a suceder endureces tus condiciones y pones tantas trabas en la negociación que se te van 5 clientes que te iban a pagar cada uno $2’000,000. Resultas en una relación con una persona que te engaño y te mintió, entonces de ahora en adelante vas a desconfiar, a celar a todas tus nuevas parejas y las vas a alejar-.

La culpa del perpetrador termina cuando el suceso termina, las consecuencias que permitas que sucedan de allí en adelante son sólo tu culpa.

Debemos aprender a tomar control de nuestros miedos, no dejarlos correr libres haciendo destrozos en nuestro futuro, debemos aprender a medir de forma consciente los tamaños de las amenazas para no sobre reaccionar e incluso, en algunas circunstancias, debemos deliberadamente ignorar los riesgos o simplemente aceptarlos para poder mantener el control sobre nuestras vidas.

Por último quiero extraer esta herramienta mental de la historia para que puedas usarla. En la vida hay cosas en las que hay que creer, ¡sin importar si son ciertas o no!, hay que creerlas porque vale la pena creer en ellas, por las consecuencias que trae el solo hecho de creerlas. Esta idea es una herramienta muy poderosa, no para toda ocasión, ni para todo concepto o idea porque corremos el riesgo de empezar a vivir en un mundo más imaginario que real, pero, sí es una herramienta que nos puede sacar de ciertas situaciones, dudas o encrucijadas dándole el rumbo que queremos o nos conviene a nuestra vida. Estas ideas que decidimos intencionalmente creer y asumir como verdad porque nos convienen y porque son prácticas, son las que yo llamo verdades pragmáticas.

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